Y es que yace en el ser, esa enrevesada travesía que puede convertirse la existencia, esa intensidad que vibra por si sola, que despeja caminos, que te encara sin tino, pero que te da esa caída que te hace mas profunda, mas sabia a su paso.
Los golpes, las protuberancias que se van encallando en el alma,
que el subconsciente guarda,
puede ser ese gigante que se ha convertido en el guardián sin consigna,
ese monstruo cruel, aunque defensor, que ni tú conoces,
lanza dagas sin prever,
lanza llamas sin comprender razón alguna,
receptor sin motivo, el más cercano a tu corazón…
Brebajes que abren el portal, y dirigen el camino para tal revuelo,
desconsolado corres sin rumbo,
buscando un regazo neutro donde empezar,
donde renacer, ojos abiertos sin ver,
hasta recobrar el verdadero color de tu existencia;
Disyuntivas del alma que la razón no comprende,
cicatrices del camino que no olvidan;
Es mejor renacer sin encuentros próximos, sin aperturas sorpresivas,
sin desconsuelos que te embarguen esa armonía compleja,
atípica tan tuya, tan nuestra;
Disipando al vigilante sin compasión, cautivo sin opción,
latente por temor,
esperando su exilio eterno,
sin perder esencia, con irreverencia, con consuelo,
sabiduría e ilusión…
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